La violencia desde la óptica de la salud pública es un problema muy costoso. Tratarla como una enfermedad y encontrar modos de prevenirla, conectará de nuevo a una sociedad atada a más de 50 años de este flagelo.
Desde que se firmaron los acuerdos de paz en Colombia, se vive una tensa calma. La guerra paró su dinámica diaria de violencia y las zonas rurales respiran una ambiente de tranquilidad que no vivían hace décadas. Lejos de las armas, sanar al país de la calamidad de la violencia, tiene hoy una oportunidad visible, ya que el aire enrarecido que la guerra ejercía en la sociedad y que la mantenía enferma por el ejercicio crónico del horror y la sangre, ha cesado. Por lo menos ha disminuido el discurso de odio, que emitían a diario los noticieros, alimentando en las personas, el miedo, la ansiedad, la permisividad y la indiferencia frente a los hechos atroces. La distensión de la guerra da un espacio para repensar el impacto que la violencia tiene, y que es momento de verla como una enfermedad tratable, y con posibilidad de ser curada por primera vez en muchos años.
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